viernes, 31 de julio de 2009

El derecho a una muerte digna


Las campañas de publicidad, si son buenas, dejan en la memoria un recuerdo que permanece incluso cuando se olvida el producto concreto que promocionaban. Algo parecido ocurre con el concepto “muerte digna”, que aunque tiene un rico significado sin embargo en nuestra sociedad alude sólo a la práctica de la eutanasia.

Así por ejemplo, asociaciones que enarbolan como bandera “la muerte digna”, lo que están haciendo es defender la normalidad de la eutanasia y por tanto la conveniencia de su legalización, como ellas mismas manifiestan. Por eso es necesario, como en el caso del aborto, abordar estos mensajes con un mínimo de sentido crítico.

Podría parecer que sólo una ley de eutanasia permite resolver la dignidad del morir humano. Pero el problema es mucho más amplio, y reducirlo a la existencia de una legislación, enmascara totalmente la cuestión. Para empezar, el mismo hecho de morir no tiene en sí ninguna dignidad.

Es más, a nadie nos gusta tener que pasar por ello. Preferiríamos desaparecer, o entrar en la vida eterna, sin tener que morir. Ahora bien, puesto que tenemos que pasar por ello, corresponde a un obrar digno el encontrarle algún sentido dentro de la propia existencia. Vivir sin tener en cuenta el morir, parece que da poca dignidad al mismo vivir porque no afronta humanamente esta situación personal de la que vamos a ser protagonistas. Por esto, para fomentar en la sociedad la muerte digna, convendría recordar con más frecuencia las diversas respuestas que en la historia de los hombres se han dado a la muerte. La antropología, precisamente, reconoce al ser humano frente al animal, por los ritos funerarios que manifiestan la apertura a la trascendencia.

Morir humanamente, requiere ser tratado como ser humano también en esos momentos. Y lo que más necesitamos cualquier ser humano para ser felices, es sentirnos queridos por alguien. La organización de la asistencia sanitaria no debe olvidar esta necesidad de compañía familiar o de amistad, para establecer la asistencia médica de forma que posibilite la cercanía de los seres queridos. Los seres humanos no debemos olvidar la obligación moral, de acompañar a nuestros enfermos.

También se debería considerar la asistencia religiosa al paciente. Si es ateo no la pedirá, pero si tiene cualquier religión es fácil que la desee. La presencia del personal religioso forma parte de ese tratar respetando la dignidad del morir. Sería un absurdo disponer las cosas obligando a las personas a morir como gente sin religión.

Pero no nos fijemos solamente en ese momento. La persona débil, anciana, enferma, o discapacitada, tiende a ser muy sensible a la valoración que hacen de ella los demás. Tratar con dignidad a estas personas supone mostrar con los gestos que para nosotros no son una carga, sino una ocasión de manifestar el amor.

La ayuda del fuerte o del sano, no es lo más valioso. El don está en la ocasión de obrar como personas humanas que los débiles nos ofrecen. La experiencia en los poquísimos países de todo el mundo, tan sólo tres, que han legalizado la eutanasia, es que la misma posibilidad de que se practique, hace que la mayoría de los enfermos y ancianos se sienten moralmente presionados por la ley para evitar ser un peso para los demás.

Decir, o pensar, que no se va a obligar a nadie a pedir la eutanasia, es cerrar los ojos a lo que está enseñando la realidad social. A semejanza de lo que ocurre con el aborto, una sociedad que deja solos a sus débiles porque no son eficaces o útiles, o porque no producen beneficios sino gastos, acaba siendo una sociedad donde el reconocimiento de la dignidad humana deja mucho que desear.

Es cierto que el hombre en los inicios de su existencia y en su final requieres bastantes recursos, sobre todo sanitarios, pero pertenece a la justicia y a la paz social que la comunidad se los proporcione. En el caso de la terminación de la vida, la política sanitaria tiene todavía mucho que hacer.

La formación del personal sanitario en los temas del dolor, todavía es muy escasa: hay mucho sufrimiento en enfermos que se podría evitar, y no se está evitando. Un gran descubrimiento reciente ha sido la medicina paliativa. Su existencia comienza a divulgarse, pero, tanto entre el personal sanitario como entre los pacientes, todavía se aplica muy poco. Es cierto que los presupuestos que se están dedicando a esta medicina están creciendo, pero todavía son muy escasos. Quizá sería conveniente que se dedicasen recursos para campañas publicitarias para dar a conocer la medicina paliativa.

El tratar al enfermo de modo que pueda tener una muerte digna, como se ve, no se resuelve con promover una ley de eutanasia. Hay muchas cosas que hacer antes de que ni siquiera nos planteemos permitir matar, o ayudar a que se maten.

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