Cuando se plantea la utilidad de incluir la literatura en la formación de los estudiantes de medicina, surgen grandes cuestionamientos en relación con la validez de los aportes que pueda hacer una obra literaria al desarrollo de las competencias profesionales frente a la revisión de publicaciones científicas al respecto.
En principio, podría decirse que el marco narrativo que ofrece la literatura genera una mayor apretura mental y una ubicación contextual difícilmente alcanzable mediante el estudio de los textos paradigmáticos, generando una mayor posibilidad de integración entre las esferas de los biológico, lo psicológico y lo social.
Por otra parte, teniendo en cuenta la naturaleza narrativa de la mente humana, es más probable que la aprehensión de un conocimiento determinado, tenga lugar con mayor facilidad en un contexto narrativo, hecho que abre la puerta al uso de nuevas estrategias, en donde sea posible combinar las ventajas del aprendizaje mediado por una estrategia lúdica (la lectura de narrativa) con las didácticas utilizadas tradicionalmente (la memorización de datos exactos, el desarrollo de asociaciones conceptuales, la generación de los procesos cognitivos que sustentan el razonamiento clínico) en la formación médica.
En ese mismo sentido, Baños (2003), afirma que “la literatura constituye un recurso docente notabilísimo para enseñar algunos aspectos de su futura profesión a los estudiantes de medicina, que son sistemáticamente ignorados en los curricula tradicionales de muchas facultades. La implantación de un curso sobre literatura y medicina puede ayudar a que los estudiantes se doten de un bagaje de conocimientos y actitudes que les ayudarán a ejercer mejor su profesión. A ello contribuirán sin duda la consideración de aspectos muy importantes del proceso de enfermar y de sus repercusiones.”
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