Un documento de origen anónimo, que data del siglo III antes de Cristo, es considerado uno de los primeros referentes acerca de las cualidades físicas y morales que deben ostentar quienes pretendan ejercer la profesión médica :
“El prestigio del médico exige de él que tenga buen color y un aspecto sano acorde con su propia naturaleza. Pues el común de la gente opina que los que carecen de esa condición física no pueden tratar de manera conveniente a los demás, en segundo lugar, que presente un aspecto aseado, vaya bien vestido y se perfume con ungüentos olorosos…”
“…debe atender, en el aspecto moral, a las siguientes actitudes: no sólo ser reservada, sino llevar una vida morigerada, pues ello contribuye mucho a su prestigio. Ser, además, un perfecto caballero en su comportamiento, y, por ende, mostrarse grave y afable con todo el mundo… Debe procurar además, tener libertad de acción…”
En todo trato, debe mostrarse leal… es grande la intimidad entre médico y paciente; y, en efecto, éste se le confía ciegamente, en tanto que aquél tiene constante relación con mujeres y doncellas, y con objetos de mucho valor, por tanto, debe comportarse en todos estos casos con un gran control de sí mismo.”
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