Los sistemas educativos se encuentran rezagados frente a la magnitud de los retos que plantean los grandes avances tecnológicos, la globalización del conocimiento y del trabajo, la competitividad como medida de producción y los cambios vertiginosos que se presentan día tras día en la estructura social y cultural de los pueblos.
Desde esa perspectiva, el paradigma educativo actual ha de transformarse hacia un modelo formativo integral que permita optimizar la capacidad cognitiva del individuo y aplicar conocimientos, destrezas y habilidades en la construcción de su proyecto de vida y de un proyecto de sociedad que permita responder en forma adecuada a las necesidades y expectativas del colectivo. En otras palabras, de acuerdo con lo planteado por Delors en el informe a la UNESCO sobre la educación en el siglo XXI (1996): “La educación tiene la misión de permitir a todos, sin excepción, hacer fructificar los talentos y capacidades de creación, lo que implica que cada uno pueda responsabilizarse de sí mismo y realizar su proyecto personal”.
¿Cómo lograr entonces transmutar a nuestros aprendices en “alquimistas capaces de convertir en oro” la información y el conocimiento para beneficio de la sociedad? ¿Estamos preparados los maestros para asumir el reto de adaptar la estructura de los sistemas educativos a las necesidades reales del mundo actual? Y parafraseando a Carles Monereo, profesor de la Universidad de Barcelona, en el artículo “En qué siglo vive la escuela”: ¿estamos dando a nuestros estudiantes la posibilidad de adquirir los conocimientos, habilidades, destrezas, principios y valores adecuados para enfrentar con éxito el futuro que les espera? Con toda seguridad la respuesta a estos interrogantes depende del cambio que seamos capaces de dar a la educación para convertirse en piedra filosofal del siglo XXI y de la responsabilidad que tenemos como “maestros alquimistas” en relación con nuestros “aprendices”.
Infortunadamente, una gran parte de nuestros colegas han asumido una actitud, por decir lo menos, negligente, frente al reto que nos plantea la necesidad de transformar el modelo educativo centrado en la simple transmisión del conocimiento a favor de uno nuevo que sea capaz de integrar contenidos, competencias, habilidades, principios y valores para la construcción, reconstrucción y aplicación creativa del saber en pos del desarrollo personal y de una sociedad más solidaria y equitativa.
No obstante, no hay que perder de vista que fuimos formados en la gran mayoría de los casos en una escuela tradicional caracterizada por la transmisión del conocimiento en forma memorística y autoritaria. Una escuela en la que los valores eran universales, únicos e indiscutibles, y en la que el saber se equiparaba a la acumulación de datos sobre el máximo posible de temas, enfoque que, a todas luces, resulta insuficiente frente a las exigencias actuales de un mundo globalizado y altamente competitivo.
Así, en busca del camino que conduce a la piedra filosofal, capaz de transformar “inexpertos aprendices” (nuestros alumnos) en “maestros alquimistas” (los ciudadanos del futuro), menciono a continuación algunos ingredientes que, mezclados en distintas proporciones, podrían llegar a convertirse en una poción mágica que permita alcanzar el máximo desarrollo de las potencialidades individuales y colectivas de la sociedad del siglo XXI:
1. Integración de estrategias para la adquisición de conocimientos, desarrollo de habilidades prácticas y generación de espacios de reflexión que garanticen la construcción mental del individuo.
2. Diseño de ambientes de aprendizaje adecuados para el desarrollo de la capacidad cognitiva, la inteligencia, el pensamiento crítico, la autonomía, la creatividad y los valores humanos.
3. Posibilidad de interacción docente estudiantil en ámbitos caracterizados por la posibilidad de afrontar riesgos sin temor al fracaso, autonomía en la toma de decisiones, aplicación del conocimiento en diferentes contextos de significación real, búsqueda del equilibrio entre capacidades y desafíos, intercambio permanente y libre de ideas, opiniones, conceptos y constructor mentales.
4. Planteamiento del trabajo académico en torno a resolución de problemas y generación de proyectos que permitan al estudiante asumir un papel protagónico en el proceso, promuevan el liderazgo, la cooperación, la comunicación eficaz y la tolerancia frente a la diversidad.
5. Capacitación docente y motivación intrínseca para asumir en forma eficiente el rol que les corresponde en la orientación crítica del proceso formativo.
6. Implementación de espacios académicos que involucren la investigación como un medio para la apropiación individual del conocimiento y la estructuración del ser y del saber.
7. Aplicación del conocimiento y de las competencias individuales en la búsqueda de soluciones a los problemas y necesidades de la sociedad.
8. Generación de estrategias que fomenten la adquisición de competencias generales de uso común: aplicación de conceptos numéricos, comunicación verbal y escrita, uso de una segunda lengua, manejo de las relaciones humanas, utilización de la tecnología informática, estrategias de resolución de problemas, capacidad de autoevaluación y autosuperación.
Referencias
1. Cornella A. Educación y creación de riqueza. Cuadernos de Pedagogía. 2001.
2. De Bono E. Aprender a pensar. Plaza y Janés. Madrid. 1993.
3. Delors J. Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI. Santillana, Ediciones UNESCO. 1996.
4. Foster J. Como generar ideas. Norma. 1996.
5. Gallego R. Competencias cognoscitivas: un enfoque epistemológico, pedagógico y didáctico. Magisterio. 1999.
6. Monereo C, Pozo J. ¿En qué siglo vive la escuela? El reto de la nueva cultura educativa. Cuadernos de Pedagogía. 2001.
7. Resnick L. La educación y el aprendizaje del pensamiento. Aiqué. 1999.
8. Seltzer K. La era de la creatividad: Conocimientos y habilidades para una nueva sociedad. Aula XXI Santillana. 1999.
9. Stemberg R. Enseñar a pensar. Aula XXI Santillana. 2000.
10. Williams W. La inteligencia práctica. Aula XXI Santillana. 2000.
Desde esa perspectiva, el paradigma educativo actual ha de transformarse hacia un modelo formativo integral que permita optimizar la capacidad cognitiva del individuo y aplicar conocimientos, destrezas y habilidades en la construcción de su proyecto de vida y de un proyecto de sociedad que permita responder en forma adecuada a las necesidades y expectativas del colectivo. En otras palabras, de acuerdo con lo planteado por Delors en el informe a la UNESCO sobre la educación en el siglo XXI (1996): “La educación tiene la misión de permitir a todos, sin excepción, hacer fructificar los talentos y capacidades de creación, lo que implica que cada uno pueda responsabilizarse de sí mismo y realizar su proyecto personal”.
¿Cómo lograr entonces transmutar a nuestros aprendices en “alquimistas capaces de convertir en oro” la información y el conocimiento para beneficio de la sociedad? ¿Estamos preparados los maestros para asumir el reto de adaptar la estructura de los sistemas educativos a las necesidades reales del mundo actual? Y parafraseando a Carles Monereo, profesor de la Universidad de Barcelona, en el artículo “En qué siglo vive la escuela”: ¿estamos dando a nuestros estudiantes la posibilidad de adquirir los conocimientos, habilidades, destrezas, principios y valores adecuados para enfrentar con éxito el futuro que les espera? Con toda seguridad la respuesta a estos interrogantes depende del cambio que seamos capaces de dar a la educación para convertirse en piedra filosofal del siglo XXI y de la responsabilidad que tenemos como “maestros alquimistas” en relación con nuestros “aprendices”.
Infortunadamente, una gran parte de nuestros colegas han asumido una actitud, por decir lo menos, negligente, frente al reto que nos plantea la necesidad de transformar el modelo educativo centrado en la simple transmisión del conocimiento a favor de uno nuevo que sea capaz de integrar contenidos, competencias, habilidades, principios y valores para la construcción, reconstrucción y aplicación creativa del saber en pos del desarrollo personal y de una sociedad más solidaria y equitativa.
No obstante, no hay que perder de vista que fuimos formados en la gran mayoría de los casos en una escuela tradicional caracterizada por la transmisión del conocimiento en forma memorística y autoritaria. Una escuela en la que los valores eran universales, únicos e indiscutibles, y en la que el saber se equiparaba a la acumulación de datos sobre el máximo posible de temas, enfoque que, a todas luces, resulta insuficiente frente a las exigencias actuales de un mundo globalizado y altamente competitivo.
Así, en busca del camino que conduce a la piedra filosofal, capaz de transformar “inexpertos aprendices” (nuestros alumnos) en “maestros alquimistas” (los ciudadanos del futuro), menciono a continuación algunos ingredientes que, mezclados en distintas proporciones, podrían llegar a convertirse en una poción mágica que permita alcanzar el máximo desarrollo de las potencialidades individuales y colectivas de la sociedad del siglo XXI:
1. Integración de estrategias para la adquisición de conocimientos, desarrollo de habilidades prácticas y generación de espacios de reflexión que garanticen la construcción mental del individuo.
2. Diseño de ambientes de aprendizaje adecuados para el desarrollo de la capacidad cognitiva, la inteligencia, el pensamiento crítico, la autonomía, la creatividad y los valores humanos.
3. Posibilidad de interacción docente estudiantil en ámbitos caracterizados por la posibilidad de afrontar riesgos sin temor al fracaso, autonomía en la toma de decisiones, aplicación del conocimiento en diferentes contextos de significación real, búsqueda del equilibrio entre capacidades y desafíos, intercambio permanente y libre de ideas, opiniones, conceptos y constructor mentales.
4. Planteamiento del trabajo académico en torno a resolución de problemas y generación de proyectos que permitan al estudiante asumir un papel protagónico en el proceso, promuevan el liderazgo, la cooperación, la comunicación eficaz y la tolerancia frente a la diversidad.
5. Capacitación docente y motivación intrínseca para asumir en forma eficiente el rol que les corresponde en la orientación crítica del proceso formativo.
6. Implementación de espacios académicos que involucren la investigación como un medio para la apropiación individual del conocimiento y la estructuración del ser y del saber.
7. Aplicación del conocimiento y de las competencias individuales en la búsqueda de soluciones a los problemas y necesidades de la sociedad.
8. Generación de estrategias que fomenten la adquisición de competencias generales de uso común: aplicación de conceptos numéricos, comunicación verbal y escrita, uso de una segunda lengua, manejo de las relaciones humanas, utilización de la tecnología informática, estrategias de resolución de problemas, capacidad de autoevaluación y autosuperación.
Referencias
1. Cornella A. Educación y creación de riqueza. Cuadernos de Pedagogía. 2001.
2. De Bono E. Aprender a pensar. Plaza y Janés. Madrid. 1993.
3. Delors J. Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI. Santillana, Ediciones UNESCO. 1996.
4. Foster J. Como generar ideas. Norma. 1996.
5. Gallego R. Competencias cognoscitivas: un enfoque epistemológico, pedagógico y didáctico. Magisterio. 1999.
6. Monereo C, Pozo J. ¿En qué siglo vive la escuela? El reto de la nueva cultura educativa. Cuadernos de Pedagogía. 2001.
7. Resnick L. La educación y el aprendizaje del pensamiento. Aiqué. 1999.
8. Seltzer K. La era de la creatividad: Conocimientos y habilidades para una nueva sociedad. Aula XXI Santillana. 1999.
9. Stemberg R. Enseñar a pensar. Aula XXI Santillana. 2000.
10. Williams W. La inteligencia práctica. Aula XXI Santillana. 2000.
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