La implementación de estrategias de protección específica contra las enfermedades infecciosas transmisibles (inmunización mediante la administración de vacunas) es una de las herramientas más efectivas de la medicina preventiva actual, sin embargo, este grupo de entidades clínicas aún representa un renglón importante en la escala global de morbilidad, razón por la cual es necesario ampliar el radio de este tipo de medidas hasta alcanzar la cobertura total de la población pediátrica mundial.1, 2
La formulación de los esquemas de vacunación se basa en la consideración de diversos factores que incluyen la epidemiología de la enfermedad, la morbilidad y mortalidad relacionada con cada uno de los grupos de edad, la inmunogenicidad de la vacuna, el riesgo de reacciones adversas subsecuentes a la aplicación de la inmunización, la relación costo beneficio de la implementación de programas masivos de vacunación y los esquemas de control periódico de salud establecidos en cada región.2
Consideraciones generales
La protección contra las infecciones microbianas puede ser llevada a cabo en forma pasiva o activa. La primera se logra mediante la administración de plasma humano rico en anticuerpos dirigidos contra determinados patógenos, las más utilizadas como profilaxis antes o después de la exposición al contagio son las inmunoglobulinas (IG) específicas contra los virus del sarampión, hepatitis A, varicela zoster, hepatitis B, citomegalovirus, tétano y rabia. El principal beneficio de esta acción es la adquisición inmediata de títulos elevados de anticuerpos específicos en el receptor, no obstante, este mismo hecho representa la gran desventaja de este tipo de inmunización, el hecho que no de lugar al desarrollo de memoria inmunológica y no confiera por lo tanto protección a largo plazo.1, 2, 3
La inmunización activa, por su parte, busca estimular el desarrollo de una respuesta inmune, celular y humoral, específica contra el agente infeccioso respectivo. La eficacia del procedimiento está relacionada con las características antigénicas de la vacuna y con las condiciones funcionales del sistema de defensa del organismo. De acuerdo con Moylett y Hanson (2003), las características de una vacuna ideal incluyen la seguridad (la aplicación de la inmunización no debe resultar en infección del paciente), la capacidad de protección, la extensión de la cobertura, la inducción de anticuerpos neutralizantes y de mecanismos de defensa celular, el costo de producción y la facilidad para el almacenamiento y la administración.1, 2
Los tipos de vacunas utilizados con mayor frecuencia en la actualidad incluyen preparados vivos atenuados de virus o bacterias, muertos (subunidades, toxoides o conjugadas) y recombinantes. Las primeras tienen la capacidad de inducir una replicación limitada del agente infeccioso dando lugar a una respuesta inmune protectora sin efectos clínicos de importancia; las vacunas muertas o inactivadas mantienen la antigenicidad de los patógenos sin que exista la posibilidad de infección primaria, la inmunidad que desarrollan es típicamente humoral y puede ser evaluada a través de la medición de los niveles de anticuerpos neutralizantes específicos.
Por su parte, las vacunas de subunidades son preparadas con tecnología de DNA recombinante y su efectividad depende de la inmunogenicidad de los péptidos incluidos, la cual puede ser aumentada mediante la formación de complejos inmunoestimulantes, partículas virus - like o encapsulación lipídica del antígeno, y, las vacunas conjugadas que se desarrollan acoplando proteínas transportadoras de alto poder antigénico con estructuras propias del agente infeccioso específico para amplificar la respuesta de defensa contra este último.1, 2
Referencias
1. Moylett E, Hanson I. Immunization. Journal of Allergy and Clinical Immunology. 2003; 111 (2 Suppl): S 754 - 765.
2. Georges P. Immunization practices. Behrman: Nelson Textbook of Pediatrics, 17th edition. Section 14: Chapter 282.
3. Moylett E, Hanson I. Immunization. Journal of Allergy and Clinical Immunology. 2003; 111 (2 Suppl): S 754 - 765.
La formulación de los esquemas de vacunación se basa en la consideración de diversos factores que incluyen la epidemiología de la enfermedad, la morbilidad y mortalidad relacionada con cada uno de los grupos de edad, la inmunogenicidad de la vacuna, el riesgo de reacciones adversas subsecuentes a la aplicación de la inmunización, la relación costo beneficio de la implementación de programas masivos de vacunación y los esquemas de control periódico de salud establecidos en cada región.2
Consideraciones generales
La protección contra las infecciones microbianas puede ser llevada a cabo en forma pasiva o activa. La primera se logra mediante la administración de plasma humano rico en anticuerpos dirigidos contra determinados patógenos, las más utilizadas como profilaxis antes o después de la exposición al contagio son las inmunoglobulinas (IG) específicas contra los virus del sarampión, hepatitis A, varicela zoster, hepatitis B, citomegalovirus, tétano y rabia. El principal beneficio de esta acción es la adquisición inmediata de títulos elevados de anticuerpos específicos en el receptor, no obstante, este mismo hecho representa la gran desventaja de este tipo de inmunización, el hecho que no de lugar al desarrollo de memoria inmunológica y no confiera por lo tanto protección a largo plazo.1, 2, 3
La inmunización activa, por su parte, busca estimular el desarrollo de una respuesta inmune, celular y humoral, específica contra el agente infeccioso respectivo. La eficacia del procedimiento está relacionada con las características antigénicas de la vacuna y con las condiciones funcionales del sistema de defensa del organismo. De acuerdo con Moylett y Hanson (2003), las características de una vacuna ideal incluyen la seguridad (la aplicación de la inmunización no debe resultar en infección del paciente), la capacidad de protección, la extensión de la cobertura, la inducción de anticuerpos neutralizantes y de mecanismos de defensa celular, el costo de producción y la facilidad para el almacenamiento y la administración.1, 2
Los tipos de vacunas utilizados con mayor frecuencia en la actualidad incluyen preparados vivos atenuados de virus o bacterias, muertos (subunidades, toxoides o conjugadas) y recombinantes. Las primeras tienen la capacidad de inducir una replicación limitada del agente infeccioso dando lugar a una respuesta inmune protectora sin efectos clínicos de importancia; las vacunas muertas o inactivadas mantienen la antigenicidad de los patógenos sin que exista la posibilidad de infección primaria, la inmunidad que desarrollan es típicamente humoral y puede ser evaluada a través de la medición de los niveles de anticuerpos neutralizantes específicos.
Por su parte, las vacunas de subunidades son preparadas con tecnología de DNA recombinante y su efectividad depende de la inmunogenicidad de los péptidos incluidos, la cual puede ser aumentada mediante la formación de complejos inmunoestimulantes, partículas virus - like o encapsulación lipídica del antígeno, y, las vacunas conjugadas que se desarrollan acoplando proteínas transportadoras de alto poder antigénico con estructuras propias del agente infeccioso específico para amplificar la respuesta de defensa contra este último.1, 2
Referencias
1. Moylett E, Hanson I. Immunization. Journal of Allergy and Clinical Immunology. 2003; 111 (2 Suppl): S 754 - 765.
2. Georges P. Immunization practices. Behrman: Nelson Textbook of Pediatrics, 17th edition. Section 14: Chapter 282.
3. Moylett E, Hanson I. Immunization. Journal of Allergy and Clinical Immunology. 2003; 111 (2 Suppl): S 754 - 765.
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