La consideración de la institución educativa como un espacio de construcción de signos y de significados compartidos para configurar un imaginario colectivo que funciona como mediación entre la cultura escolar y la sociedad, plantea la necesidad de revisar el enfoque de la educación hacia el desarrollo de una concepción cultural moderna caracterizada por la construcción de sentido desde la diversidad.
En ese orden de ideas, se intentará realizar una aproximación conceptual a un modelo pedagógico enfocado a la formación de un sujeto para la modernidad, un sujeto capaz de deconstruir su imagen como espectador pasivo de los acontecimientos, y reconstruirla como actor protagónico de la realidad social en que se desenvuelve. (Avila, p:212).
Desde esa perspectiva, se establecerá a continuación el sentido con que serán utilizados los conceptos que fundamentan esta propuesta: la cultura, definida como una red de significados construida por la especie humana y por medio de la cual, el sujeto interpreta su experiencia y orienta su acción (Geertz, citado por Ávila, p: 31); la cultura escolar, como una compleja herencia social en que se halla inmerso el sujeto y que incluye prácticas, saberes, costumbres, creencias, leyes y actitudes (Ávila, p:31); el currículo como un principio organizador de los diferentes elementos que determinan la práctica educativa, en última instancia una construcción cultural (Correa,p:2); la práctica pedagógica, como la posibilidad de llevar al campo aplicado, los elementos del currículo con identidad en los contextos culturales y sociales; y, finalmente, la pedagogía como una actitud frente al mundo, una forma de encararlo, un acto valorativo que implica una toma de posición ideológica (Muñoz,p:31).
Hechas las precisiones anteriores, se plantea una concepción del ser humano desde la perspectiva de la cultura de la modernidad: un sujeto con capacidad para asumir la construcción de su propia historia y de la historia del mundo, con libertad para transformarse, capacidad para tomar decisiones autónomas en su proceso de formación y en las dinámicas sociales, que construye el conocimiento en interacción dialéctica con los objetos del mundo y los sujetos con quienes comparte el ámbito cultural, en resumen, un ser humano íntegro, inmerso en la búsqueda de su propia identidad, de la posibilidad de encuentro consigo mismo y de profundo respeto por el otro; un sujeto proactivo hacia la construcción colectiva de significación en un escenario de interacción entre actores heterogéneos desde el punto de vista cultural. (Ávila, p:173).
Como es apenas natural, la formación de tal sujeto, requiere desarrollar un modelo pedagógico que garantice la incorporación de los valores culturales colectivos - la memoria colectiva - en un contexto que permita la construcción de un proyecto personal del individuo en medio de las tensiones generadas como resultado de la necesidad de conciliar lo mundial con lo regional; lo universal con lo singular; la modernidad con la tradición; la competitividad con la solidaridad; lo material con lo espiritual.1
Así las cosas, el modelo pedagógico planteado debe estar basado en algunos referentes antropológicos y sociales que sean coherentes con la concepción de sujeto que se ha planteado anteriormente: el carácter inacabado del ser humano, la potencialidad individual para alcanzar su propio desarrollo, la necesidad de reconocer y respetar las diferencias, en otras palabras, la capacidad de construir y re–construir los referentes culturales individuales y colectivos.
En medio de este panorama, la institución escolar, aparece como “un tejido cultural tramado por nudos de significación: valores, normas e intenciones compartidas” (Op. cit. Ávila, p:33) y el currículo como un referente cultural y estratégico utilizado para la operacionalización del concepto de educación. En tal sentido, la construcción curricular de un proyecto de formación para la modernidad debe tener un carácter integrador e integral, flexible y contextualizado en la realidad objetiva; permitir el desarrollo autónomo y el pensamiento crítico; garantizar la participación y la convergencia de las diferentes posturas culturales de los actores del proceso educativo, en resumen, asumir las diferentes variantes culturales como una estrategia de consolidación de la unión entre lo universal y lo particular.(Ávila,p:204).
Concomitante con esta visión de currículo, el enfoque del proyecto pedagógico que permita operacionalizar una propuesta educativa y cultural desde la modernidad, deberá estar orientado en torno a la articulación de conocimientos, capacidades, valores y métodos para alcanzar las competencias cognitivas, axiológicas y praxiológicas que garanticen el acceso a los códigos de la modernidad (Magendzo, citado por Ávila,p:198); el desarrollo de la racionalidad estratégica, que acompaña al objetivo de la competitividad y permite una adecuada relación con otros grupos culturales; y, el cultivo de la racionalidad comunicativa, relacionada con lo axiológico y necesaria para establecer una interacción comunicativa adecuada al interior del propio grupo.2
Ahora bien, desde el contexto perfilado en los párrafos anteriores, el concepto de pedagogía en la educación moderna no se limita a un conjunto coherente de proposiciones que intenta describir, explicar y construir los procesos educativos involucrados en el proceso enseñanza – aprendizaje3, sino que va más allá, en busca de generar una actitud frente al mundo, una toma de posición ideológica: autogestión del aprendizaje, comprensión integral del ser humano y de sus semejantes, búsqueda de identidad propia, respeto por las diferencias, inserción en la dinámica mundial conservando las raíces de lo regional.
Finalmente, es necesaria una breve reflexión acerca del objetivo a que responde la educación en la modernidad: ¿Producción en serie de profesionales competentes en el área laboral y ocupacional de acuerdo con un “molde” universal, o, formación de seres humanos integrales capaces de gestar su propio desarrollo y propender por un mejor futuro colectivo?
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